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Por su sincretismo y su voluntad documental, la producción de Garófalo puede verse como una crónica de época. Y lo real aquí está entendido siempre como un campo de conflictos y luchas de poder: los cuerpos, el amor, la política, la muerte son los dramas reprimidos que el artista quiere visibilizar, en clave dramática y hasta trágica. Este funcionamiento del cuadro como caja de resonancia emocional y política distingue estos trabajos de muchos de sus contemporáneos. Sobre todo la conjunción de estos dos términos en una misma obra.

 

Ines Katzenstein.

 

 

“…mis títulos son abiertamente obscenos, es decir, aparentemente reiteran el imaginario que se ve en el cuadro, son francamente literales, quizás no sea más que una estrategia para que el espectador ignorante diga ah, ya entendí y el espectador emancipado busque pistas para encontrar otras llaves que lleven a un lugar que no es muy seguro…”

 

José Garófalo.

 

 

La leyenda de San Galo:

 

Fabricar pintura religiosa puede parecer un gesto de esnobismo descarado o bien una vuelta más por esa retorcida planicie del arte donde, según Marx, el curso del tiempo no coarta el deleite sino que apenas le fija su mudable naturaleza. Sin embargo, desde el archipiélago adonde ha derivado la plástica contemporánea, el chiste mayúsculo es que la propia noción de “pintura religiosa” resulta una inversión de los términos: habría que hablar mejor de “religión pictórica”. En la actualidad, las virtudes místicas de un ícono sólo se revelan cuando éste se ha convertido en fetiche del mercado o cuando el consenso crítico lo baña con su aprobación terrenal.

La imagen no adquiere el poder debido a la fe en lo representado, sino que éste se carga de significados a través de la creencia en los valores de la representación. El objeto figurado se ha vuelto cada vez más deleznable o más inmaterial, hasta tornarse molécula de un torbellino de referencias a marcas y maneras, géneros y estilos.

El carácter sagrado de un signo sólo puede ser invocado como cita, parodia o, a lo sumo, como naïf. Pedirle un milagro a San Galo tiene tanto sentido como solicitárselo a la Santísima Trinidad, ese animal que Borges consideraba el más atroz e inimaginable de los monstruos mitológicos. Pero precisamente por eso la canonización del artista que instaura Garófalo para legitimar las efigies de su nuevo culto ilustra a la perfección la penosa dimensión paranoica –“¡Soy Dios!”– del creador moderno. Finalmente, la soberanía del artista, inventor de mundos imaginarios, vive de la misma mendicancia que cualquier otra divinidad: necesita fieles que depositen en él su credulidad y sus bienes.

A Garófalo le basta con que se arrodillen y gocen.

 

Texto de Roberto Jacoby publicado en Le Monde diplomatique, 1989.

 

 

...Si la estructura de las obras de Garófalo es esencialmente dibujística, el trabajo pictórico es el que llega para revestir de ambigüedad esa estructura. Al igual que en la danza del tango, la improvisación frente a la tela en blanco será una constante en la producción del artista. Esto implica la aceptación de todo aquello que surge de manera espontánea. Las capas que se suman no borran lo anterior, sino que hacen algo con eso. Y siempre habrá que ir por más. Ése es el riesgo asumido por el artista. “En todo caso, serán cuadros malos, pero sirven en cuanto al proceso. No están resueltos, pero te ayudan a resolver un proceso. Tal vez no son los que uno muestra, pero son los necesarios. Son los que guardás. Los que abren otro camino”, argumenta Garófalo. Otro aspecto que sobrevolará las diferencias estéticas que su pintura atraviesa, si bien no como tema, pero sí como modo de hacer, es el religioso. Para él, todo creador es religioso. “Si creás algo que no existía, no lo podés hacer sin fe” (dixit J.G.). Y todo creador es religioso en el sentido etimológico que Cicerón, en su libro De natura deorum, le da a la palabra: “Quienes se interesan en todas las cosas relacionadas con el culto, las retoman atentamente y las releen, son llamados religiosos a partir de la relectura”. La obra de Garófalo no es solo una obra esencialmente literaria, una obra para ser leída, sino que se lee a sí misma constantemente y hace de la relectura una respiración indispensable, vital.

 

Veronica Gomez.

 

 

José Garófalo, el aguafiestas:

 

José Garófalo, neopop, apropiaciones, citas, caos, materia, texturas y pinceladas, arte light, los 90, el taller de Kuitca, Costa Rica, signos, identidades y mitos, postconceptualismo, etcétera… uno de los principales protagonistas de su generación.

José Garófalo borronea un discurso dado y se sienta a esperar. Imágenes que se mezclan, diversas, en pastiches; presencias que se muestran insinuantes, en la trama de un culebrón; señales que arremeten como explosiones y violencias que estremecen, entre discretas y obvias. Hay humor cercano al chiste, entre el guiño y la complicidad urbana; hay anécdotas cercanas a lo familiar, lo cotidiano en su dolor tanguero y en su alegría salsera; hay sensaciones que se apilan entre emblemas y lugares comunes, muy cerca de la sorpresa y el desencanto prematuro. ¿Qué hacer con la pintura? ¿Cómo contar algunas historias? ¿Dónde arriesgar el amor?

Mano a mano con el oficio; tiernos en el hacer y asustados en el decir, los papeles se acumulan diversos y solapados; el golpe viene tenso entre colores y cotillón de última hora: rosas, manos, jeringas, calaveras, letras, lobos, humo, figuritas, arterias, huesos, préstamos, nombres, música, enfermedad, siluetas, manchas, recuerdos, huecos, corazones, fileteados, frutas, fútbol, guirnaldas… mundo puto, la hora de los lobos, todos tus muertos, desocupación, mundos paralelos, manjar de los dioses, animales modernos, guacho, violencia light…

Lo doméstico encierra el dolor entre fuegos artificiales y serpentinas. Lo hogareño engaña los sentidos encantados por lo acaramelado. Lo popular y lo cotidiano esperan entre diccionarios infantiles y figuras aniñadas. Pero la ingenuidad de Garófalo suelta las alucinaciones y los fantasmas; no hay narraciones ni palabras que se anuden, no hay relato, apenas una trama leve que se enciende en cada mirada que sospecha, en cada memoria que olfatea sus dibujos. Entonces lo obvio estalla en imágenes que traen lo que no tiene palabras; entonces la violencia es una realidad que no acepta escenificaciones; entonces el dolor es mi dolor y un nosotros que duele sin adjetivos que calienten tu ausencia; entonces la fiesta termina y ya es tarde para escapar, no hay comodidades, no hay protección, hace frío entre tantos garabatos que cortan, que tachan, que son inscripciones, que son gestos que llegan firmes, tiesos, elementales, simples, inquietos, decididos a penetrar reiterados, desplazados e insistentes.

Hay estrategias que no se olvidan: entre murgas y comparsas retorna la historia. Hay duelos que se deslizan disfrazados y acciones políticas que se confunden entre papeles llenos de colores y de fantasías.

 

Marcelo E. Pacheco.

Buenos Aires, abril 1996.

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